"Entre el Gordo Valor y Kirchner no hay diferencia"
"Por la Patria vale todo"
"Espero voltear al dictador"
"Ahí están los que quieren enlodar las banderas de Perón y Evita, claudicando con esa oligarquía que persiguió hasta el cadáver a Eva Perón"
"Como en las peores etapas del '55 y del '76 salen como comandos civiles y grupos de tareas, para agredir a los que no piensan como ellos, en forma vergonzosa"
"Yo lo que dije es que odio visceralmente a la puta oligarquía. Y que la puta oligarquía no tendría problemas en matarnos a todos como ya lo hicieron tantas veces en este país"
"Tengo un odio visceral contra los blancos de Barrio Norte, sépanlo de mi boca"
"Yo tengo ovarios"
"Kirchner es lo mismo que Menem, tiene la misma patología"
No importa quien las dice. No importa quién las dijo. Ni en contra ni a favor de quien.
La política argentina está repleta de ellas. Frases terroristas, frases violentas, palabras maniqueas. Descalificaciones, agravios. Quien piensa o hace algo distinto es el enemigo.
El oficialismo niega cualquier disidencia, interna o externa.
Mucha oposición actúa como si viviéramos en el peor momento político de la historia argentina, el más corrupto y autoritario.
Me ocupo de la oposición -del gobierno se hará cargo D'elía-, y me pregunto si lo mejor que puede pasarle a la democracia es caracterizar a este gobierno como "el mal" en nuestra tierra.
Me pregunto si el sufrimiento de vivir de dictadura en dictadura durante 50 años, si la noche de los bastones largos, si los desaparecidos, si los muertos de Malvinas, si la estatización de la deuda, si la casi guerra con Chile, no fueron mucho peores que los K.
Me pregunto también si el principal problema de la democracia argentina, 25 años después, no es la brecha entre los inmensos desafíos sociales que tenemos por delante sino la pequeñez de nuestro debate público, que se distrae todo el tiempo en trivialidades y demuestra una incapacidad manifiesta de construir acuerdos de largo plazo.
La sociedad, la gran mayoría de los argentinos, se despierta todos los días con el mandato de sobrevivir.
Algunos buscan trabajo, otros consiguen mantenerlo, otros lo pierden ese mismo día. Se esfuerzan para pagar las cuentas, tratan de evitar que les roben camino a casa. Tienen que alimentar a sus hijos, pagar la escuela, pagar el alquiler, pagar la hipoteca. Quieren que sus hijos tenga la oportunidad de progresar, intentan vivir y no sólo sobrevivir, luchan por llegar a fin de mes. Muchas, millones de veces no lo logran.
El autoritarismo de los 70 -los "gloriosos"-, sobrevive en el maniqueísmo del discurso político del nuevo siglo. Ahora, como entonces, genera pobreza intelectual, miseria económica y desigualdad social.
"Por la Patria vale todo"
"Espero voltear al dictador"
"Ahí están los que quieren enlodar las banderas de Perón y Evita, claudicando con esa oligarquía que persiguió hasta el cadáver a Eva Perón"
"Como en las peores etapas del '55 y del '76 salen como comandos civiles y grupos de tareas, para agredir a los que no piensan como ellos, en forma vergonzosa"
"Yo lo que dije es que odio visceralmente a la puta oligarquía. Y que la puta oligarquía no tendría problemas en matarnos a todos como ya lo hicieron tantas veces en este país"
"Tengo un odio visceral contra los blancos de Barrio Norte, sépanlo de mi boca"
"Yo tengo ovarios"
"Kirchner es lo mismo que Menem, tiene la misma patología"
No importa quien las dice. No importa quién las dijo. Ni en contra ni a favor de quien.
La política argentina está repleta de ellas. Frases terroristas, frases violentas, palabras maniqueas. Descalificaciones, agravios. Quien piensa o hace algo distinto es el enemigo.
El oficialismo niega cualquier disidencia, interna o externa.
Mucha oposición actúa como si viviéramos en el peor momento político de la historia argentina, el más corrupto y autoritario.
Me ocupo de la oposición -del gobierno se hará cargo D'elía-, y me pregunto si lo mejor que puede pasarle a la democracia es caracterizar a este gobierno como "el mal" en nuestra tierra.
Me pregunto si el sufrimiento de vivir de dictadura en dictadura durante 50 años, si la noche de los bastones largos, si los desaparecidos, si los muertos de Malvinas, si la estatización de la deuda, si la casi guerra con Chile, no fueron mucho peores que los K.
Me pregunto también si el principal problema de la democracia argentina, 25 años después, no es la brecha entre los inmensos desafíos sociales que tenemos por delante sino la pequeñez de nuestro debate público, que se distrae todo el tiempo en trivialidades y demuestra una incapacidad manifiesta de construir acuerdos de largo plazo.
La sociedad, la gran mayoría de los argentinos, se despierta todos los días con el mandato de sobrevivir.
Algunos buscan trabajo, otros consiguen mantenerlo, otros lo pierden ese mismo día. Se esfuerzan para pagar las cuentas, tratan de evitar que les roben camino a casa. Tienen que alimentar a sus hijos, pagar la escuela, pagar el alquiler, pagar la hipoteca. Quieren que sus hijos tenga la oportunidad de progresar, intentan vivir y no sólo sobrevivir, luchan por llegar a fin de mes. Muchas, millones de veces no lo logran.
El autoritarismo de los 70 -los "gloriosos"-, sobrevive en el maniqueísmo del discurso político del nuevo siglo. Ahora, como entonces, genera pobreza intelectual, miseria económica y desigualdad social.
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