En 1999 la Universidad Nacional de Quilmes lanzó, con el soporte tecnológico de Netizen, empresa de la que yo era Gerente General en ese momento, la Universidad Virtual de Quilmes. La primera carrera virtual de Argentina y de Latinoamérica fue –si Domingo Faustino Sarmiento lo supiera estaría feliz– la Licenciatura en Educación, destinada a que profesionales de la educación con formación terciaria pudieran acceder a un título universitario.
En ese momento, la penetración de Internet en nuestro país era aún muy pequeña, algo así como el 2% de la población.
La tarea de los proveedores de acceso a Internet, como Netizen, era una tarea evangelizadora, concentrada en actividades que borraran las barreras que encontraban los usuarios para conectarse a la red, tarea ingrata si las había. El acceso era sólo por teléfono y los módems recién estaban incorporándose al interior del gabinete de las máquinas y en general eran un artefacto afuera de las mismas. El Windows era 3.11 o 95 y para poder navegar era necesario hacer doble “click” en un ícono en el escritorio de la PC y podía dar ocupado, negociar la conexión mal y desconectarse. O si ya estabas conectado, podía suceder que la abuela levantara el teléfono para llamar a una prima y de repente te quedabas afuera.
En este marco, Netizen había desarrollado un muy buen centro de atención al cliente, con la capacidad de encontrar soluciones de todo tipo para que los usuarios pudieran navegar. Era una tarea difícil, pero todos los involucrados teníamos la sensación de estar formando parte de una revolución a escala global de consecuencias fantásticas e infinitas. El nombre de nuestra empresa –Netizen– significaba “Ciudadano de la red” y surgió motivado por la necesidad de revalorizar el concepto de “ciudadanía” en contraposición al de “gente”, “habitante” o “poblador”. Creíamos, y aunque ya no estemos en Netizen seguimos haciéndolo, en una sociedad conformada por ciudadanos plenos con derechos y obligaciones que distinguen con claridad el espacio público del privado y que se comprometen socialmente con su entorno.
Desde un principio, Internet nos atrapó por sus capacidades únicas para transmitir información entre muchos emisores y receptores, acortar las distancias y permitir la asincronicidad.
Vivimos muchas situaciones hilarantes a la hora de conectar a los maestros a Internet, pero quizás la mejor de todas sucedió con un alumno-maestro del Chaco.
No conseguía conectarse a Internet. De ninguna forma. Su teléfono funcionaba, porque nos llamaba para contarnos sus problemas. Una y otra vez revisamos la configuración del acceso telefónico en su computadora. No había problemas. Por las dudas lo borramos, lo volvimos a configurar. Todo ok. Le preguntamos por el cable telefónico, si estaba enchufado a la PC. En el medio de este chequeo el maestro, que ansioso buscaba una solución a su problema, le dijo al operador con su acento chaqueño: “Che Martín, ¿no será que está interfiriendo el posa mate?” Un silencio desconcertante se apropió de la charla telefónica. “¿Cuál?”, dijo Martín con temor en sus palabras. “Ese que trae la computadora, el que aprieto el botón cuadradito y sale para afuera, el que tiene ese agujero en el medio para poner el mate…”
Martín reconstruyó rápidamente la situación. El maestro, que por primera vez en su vida tenía una PC con lectora de CD, navegaba saboreando unos mates, y mientras escribía en la computadora, el vaso con su yerba y su bombilla, descansaba en la lectora, que permanecía abierta durante toda la sesión.
Finalmente se conectó y terminó su clase, pero la historia quedará por siempre en la mente de todos los que descubríamos día a día cómo Internet, como medio de comunicación, permite democratizar el acceso a la información, igualar las oportunidades y revalorizar el rol de los ciudadanos.
En ese momento, la penetración de Internet en nuestro país era aún muy pequeña, algo así como el 2% de la población.
La tarea de los proveedores de acceso a Internet, como Netizen, era una tarea evangelizadora, concentrada en actividades que borraran las barreras que encontraban los usuarios para conectarse a la red, tarea ingrata si las había. El acceso era sólo por teléfono y los módems recién estaban incorporándose al interior del gabinete de las máquinas y en general eran un artefacto afuera de las mismas. El Windows era 3.11 o 95 y para poder navegar era necesario hacer doble “click” en un ícono en el escritorio de la PC y podía dar ocupado, negociar la conexión mal y desconectarse. O si ya estabas conectado, podía suceder que la abuela levantara el teléfono para llamar a una prima y de repente te quedabas afuera.
En este marco, Netizen había desarrollado un muy buen centro de atención al cliente, con la capacidad de encontrar soluciones de todo tipo para que los usuarios pudieran navegar. Era una tarea difícil, pero todos los involucrados teníamos la sensación de estar formando parte de una revolución a escala global de consecuencias fantásticas e infinitas. El nombre de nuestra empresa –Netizen– significaba “Ciudadano de la red” y surgió motivado por la necesidad de revalorizar el concepto de “ciudadanía” en contraposición al de “gente”, “habitante” o “poblador”. Creíamos, y aunque ya no estemos en Netizen seguimos haciéndolo, en una sociedad conformada por ciudadanos plenos con derechos y obligaciones que distinguen con claridad el espacio público del privado y que se comprometen socialmente con su entorno.
Desde un principio, Internet nos atrapó por sus capacidades únicas para transmitir información entre muchos emisores y receptores, acortar las distancias y permitir la asincronicidad.
Vivimos muchas situaciones hilarantes a la hora de conectar a los maestros a Internet, pero quizás la mejor de todas sucedió con un alumno-maestro del Chaco.
No conseguía conectarse a Internet. De ninguna forma. Su teléfono funcionaba, porque nos llamaba para contarnos sus problemas. Una y otra vez revisamos la configuración del acceso telefónico en su computadora. No había problemas. Por las dudas lo borramos, lo volvimos a configurar. Todo ok. Le preguntamos por el cable telefónico, si estaba enchufado a la PC. En el medio de este chequeo el maestro, que ansioso buscaba una solución a su problema, le dijo al operador con su acento chaqueño: “Che Martín, ¿no será que está interfiriendo el posa mate?” Un silencio desconcertante se apropió de la charla telefónica. “¿Cuál?”, dijo Martín con temor en sus palabras. “Ese que trae la computadora, el que aprieto el botón cuadradito y sale para afuera, el que tiene ese agujero en el medio para poner el mate…”
Martín reconstruyó rápidamente la situación. El maestro, que por primera vez en su vida tenía una PC con lectora de CD, navegaba saboreando unos mates, y mientras escribía en la computadora, el vaso con su yerba y su bombilla, descansaba en la lectora, que permanecía abierta durante toda la sesión.
Finalmente se conectó y terminó su clase, pero la historia quedará por siempre en la mente de todos los que descubríamos día a día cómo Internet, como medio de comunicación, permite democratizar el acceso a la información, igualar las oportunidades y revalorizar el rol de los ciudadanos.
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