Una noche, a mediados de octubre de 2008, cuatro jóvenes armados ingresaron a mi casa.
Mis dos hijos y yo nos preparábamos para ir a una reunión familiar.
Estábamos de paso. Veníamos de entregarle una bicicleta a Brian. Éramos sus padrinos sorpresa en la reunión anual de la Fundación SOS Infantil.
El resto de la familia ya estaba en el cumpleaños.
Sentí pasos en las escaleras y al cabo de un momento una voz joven dijo “no me mires, tirate al suelo y pórtate bien”.
Mientras apoyaba el rostro en la alfombra, ató mis manos por detrás.
“Dónde está la guita”. Contesté que se quedara tranquilo, que iba a colaborar, y le expliqué dónde podía encontrar objetos de valor en cada lugar de la casa.
Sólo podía hablar y escuchar. Mis hijos estaban en el living, mi oído no llegaba hasta allí.
Mientras sentía abrir cajones y armarios, escuché otros pasos que se acercaban. “Qué dice el boludo éste, entregá la guita, tu vecina nos dijo que hay 50.000 pesos acá, no te hagás el boludo”.
“Todo lo que tengo se lo dije al otro”.
Me pegó. “Callate, no te hagás el vivo y no le hables más o te quemo. No hables si no te pregunto”. Me pegó otra vez.
Ruidos ruidos en el cuarto y en el otro cuarto. Nada en el living.
Cerré los ojos. Pensé en mis hijos, pensé en mi muerte. En Brian y en la injusticia en su vida.
Me putearon un rato más. Me cachetearon. Al cabo de un rato se fueron.
Mis hijos (5 y 7 años entonces) vinieron a desatarme.
Me contaron que de los cuatro, uno se había tirado en el sillón a ver tele con ellos.
Fui hasta la puerta temblando. Se habían ido. Llamé al 911 y la operadora me preguntó la dirección de casa; no supe decirle el número.
Estábamos vivos. Los chicos estaban bien.
Viví los días posteriores como quien sueña sin dormir: estrés postraumático.
Sin embargo, recuerdo con claridad la muerte de Ricardo Barrenechea, al poco tiempo, en circunstancias muy similares.
Hoy el diario Clarín cubre la captura del presunto culpable del asesinato.
El epílogo, quizás, de un hecho que nunca tendría que haber sucedido, del que hoy no debería estar escribiendo.
La muerte de un ciudadano más, transformada en un pequeño hueco en nuestra vida cotidiana. Oculta detrás de letras impresas, la tragedia de no ver más a quien queremos, de no ser visto más por quienes nos aman.
Ninguno de los protagonistas de este relato merece vivir en una sociedad injusta.
Porque no merece ninguno vivir en una sociedad injusta? Han hecho algo los protagonistas de estas historias, segun la historia, por no merecer vivir en una sociedad injusta?
ResponderEliminarNo es que le desee a nadie vivir en una sociedad injusta. Pero te podes encontrar que algunos de los protagostas deseaba vivir en una sociedad injusta y, aun hoy, puedan preferir vivir en una sociedad injusta.
Una sociedad justa tiene sus costos, que no todos queremos pagar. Perder privilegios, diferencias, placeres, caminos facilitados, etc...
"Parece que la injustica tiene en nosotros más abrigo que la justicia. Pero yo me río, sigo mi camino" Manuel Belgrano.
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