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El atraso cambiario es inflación reprimida


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El Gobierno ha decidido modificar la meta de inflación para 2018, pasar de 10 a 15 por ciento. En general, toda estrategia de metas de inflación (IT) se basa en:

-El anuncio oficial de metas para un plazo determinado.

-La elección de la estabilidad de precios como prioridad de la política económica entre otras prioridades posibles de la política macroeconómica (empleo, nivel de actividad, redistribución del ingreso).

-La publicidad respecto de los plazos, los objetivos y los caminos para llegar a la estabilidad.

-La transparencia y el control por parte de la ciudadanía respecto de todas las acciones de política monetaria.

-La garantía de que todo el proceso es controlado por un organismo estatal independiente (el Banco Central) que no cede frente a las presiones del gobierno central en cuanto a la prioridad del objetivo.

Durante los últimos 24 meses, la aplicación de esta estrategia ha mostrado resultados polémicos. De acuerdo con el argumento oficial, la inflación se desaceleró, pasó de 40% en 2016 a 23%-24% en 2017. Desde otra perspectiva, aquel 40% de 2016 es similar a la inflación que produjo la última mega devaluación de 2014 (38% de aumento de precios estimados), y el aumento de precios de 2017 está dentro del rango de variación en el cual vive nuestro país desde hace 10 años (entre 20% y 25%).

La inflación, debería concluir el argumento alternativo, solo sale de ese rango cuando la moneda se deprecia abruptamente (como se ha dicho, 2014 y 2016) o cuando un shock externo impacta en la actividad (2009, 15% estimado).

Con independencia de esta polémica, lo que resulta evidente es que la conjunción del alto rendimiento de los activos financieros internos (especialmente Lebacs) y la libre movilidad de capitales externos ha producido una apreciación del tipo de cambio lo suficientemente importante para que el sector externo argentino se transforme en un problema.

Para graficar esta idea, vale la pena recordar que un plazo fijo de 100 mil dólares en Estados Unidos (CD) paga en intereses menos de dos dólares por mes. Mientras tanto, en Argentina, una inversión en Lebacs de 100 mil pesos (unos 5500 dólares) rinde casi 140 dólares. En proporciones: una inversión casi 20 veces menor rinde 700 veces más. No importa si los números son exactos, la magnitud del desajuste es evidente.

Chile, espejo en el que se miran muchos de los hacedores de política económica del actual Gobierno, introdujo las metas de inflación en 1990, partió de una variación de precios anual del 26 por ciento. A los cinco puntos que conforman los requisitos para toda estrategia IT enumerados al inicio, Chile agregó como condición mantener a lo largo de todo el proceso un sector externo equilibrado.

Previendo que sus activos financieros rendirían más que los internacionales hasta que se lograra el objetivo de estabilidad de precios, Chile mantuvo durante 10 años restricciones a los movimientos internacionales de capitales. Hasta el 2000, los capitales que entraban a la economía chilena debían permanecer allí al menos durante un año. Al mismo tiempo se estableció un encaje de hasta 30% del capital ingresado. Es decir, por cada 100 dólares que ingresaban, hasta 30 (según el destino de los fondos) debían permanecer inmovilizados, por lo que se podían invertir solo 70. El rendimiento de la inversión financiera era mucho menos atractivo. Algo muy similar implementó Roberto Lavagna en su paso por nuestro Ministerio de Economía.

De esa manera, Chile redujo la inflación al tiempo que no apreció significativamente su moneda y mantuvo su sector externo sin grandes desequilibrios. Con el tiempo, aprovechó los años de excedente externo para constituir un fondo anticíclico que preservara al país frente a la eventualidad de shocks globales como el del 2008-2009. Cuando la inflación alcanzó niveles del 3%, en el año 2000, Chile liberó el movimiento de capitales.

Apenas asumió, el Gobierno argentino liberalizó el movimiento de capitales en simultaneidad con la adopción de la estrategia de lucha contra la inflación actual. Los resultados están a la vista: nuestra moneda está sobrevalorada, hay déficit en la balanza comercial por primera vez en muchos años y la cuenta corriente se deteriora a pasos agigantados.

Quizás haya llegado el momento de repensar nuestra relación con el mundo financiero global para equilibrar el sector externo y dotar de previsibilidad a la evolución de los precios. La historia económica argentina indica, sin lugar a dudas, que el atraso cambiario no es más que inflación reprimida.

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