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Una crisis predecible e innecesaria

Cuando el tipo de cambio está atrasado no se crea empleo, suben la importaciones, bajan las exportaciones, resulta más barato veranear en la Costa Azul que en Mar del Plata y las personas ahorran en dólares. Todo financiado con deuda externa.
Lo hemos vivido mil veces.
La moneda argentina, que estaba sobrevaluada, perdió alrededor del 20% de su valor en los últimos 30 días.
Si todo sucediera como uno quisiera que sucediera, esa devaluación no pasaría a precios. De este modo evitaríamos que la inflación “coma” la devaluación.
Por eso resulta clave la política antiinflacionaria del gobierno.
Si nuevamente es incorrecta, en poco tiempo volveremos a estar en la misma situación que a principios de mayo.
Y cada vez que dilapidemos una nueva oportunidad, el lapso de tiempo para que se produzca una nueva crisis será mas corto.
Un diagnóstico equivocado
El Presidente decía en febrero de 2016 que la inflación era un flagelo. “Esto se generó porque un gobierno administró mal… …y gastó mucho más de los ingresos que nosotros con nuestros impuestos les dábamos para que nos cuiden… y además de hacerlo mal eso gastó mucho más que eso y entonces generó muchísimos billetes y entonces esa cantidad de moneda que hay dando vuelta es la que nos ha llevado a este proceso inflacionario que tanto nos ha afectado.
Pero lo vamos a revertir, lo estamos revirtiendo ¿en base a qué? En base a gobernar de la manera correcta. Como lo hacen cada uno de Uds. en su casa. Ninguno de Uds. gasta el doble de lo gana todos los meses, eso lo haría quebrar. Nosotros tenemos que hacer lo mismo que hace cada ciudadano.”
El argumento original del Presidente involucra tres ideas centrales:
El déficit fiscal -la diferencia entre los ingresos y egresos del sector público- sólo se puede financiar con emisión monetaria.
La inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario.
La macroeconomía de un país se administra como la de una familia.
Respecto del primer punto, lo cierto es que la emisión monetaria es una de las formas en las que se podría financiar el déficit fiscal. Pero es sólo una.
Otra manera de financiar el déficit es que el gobierno tome deuda. Si decide hacerlo, esa deuda puede estar nominada en moneda doméstica o en otra moneda (dólares, euros, etc.).
Si toma deuda doméstica, el gobierno puede retirar pesos de manos del sector privado a quien le da a cambio promesas de pago. Si toma deuda externa, el gobierno le vende al Banco Central el monto de dólares que le prestaron y pesos emitidos por el BCRA.
Para que la cantidad total de pesos no aumente en forma desmedida BCRA esteriliza con bonos que le vende al sector privado y absorbiendo el excedente que emitió. Es es lo que ha hecho el gobierno desde 2016 y los bonos se llaman Lebacs.
La emisión monetaria no es la única manera de financiarse. Es solo una opción entre muchas.
El déficit fiscal consolidado es en pesos -el gobierno recauda en pesos, gasta en pesos y una parte en dólares (el pago de la deuda externa y sus intereses y los subsidios a importaciones). Si la proporción de deuda y subsidios es grande afecta al sector externo -principal problema de la economía argentina desde hace décadas- ya que los pagos anuales de la deuda y subsidios requieren la disponibilidad de dólares en la economía para afrontar los pagos.
El siguiente cuadro permite observar el déficit fiscal como porcentaje del PBI y la inflación anual durante los últimos 20 años.


Durante los años 1998, 2000 y 2001 el déficit fiscal fue creciente, pasando de 2,0% a 5,6% (un resultado similar al del año 2015). Sin embargo, en ese período no solo no se aceleró la tasa de inflación sino que bajó tanto que se transformó en deflación (-1,1 en el fatídico 2001). Algo no cierra.
Supongamos que el elemento extraordinario para estos años fue la crisis terminal de la convertibilidad.
2003, 2004, 2005, 2006, 2007 y 2008: todos años de superávit fiscal. La inflación pasó de 4,4% en 2004 a 24% en 2007 y 2008. Todos esos años no fue necesario “imprimir” para financiar el déficit.
Claro, en el 2009 el estado gastó muchísimo y el déficit fue de 3,4% por lo tanto, la inflación se debe haber disparado. Sin embargo tampoco sucedió. El IPC pasó de casi 24% a 16,4% anual.
Desde entonces nunca más hubo superávit. La inflación fue altísima - se toma el IPC Congreso, que se acerca más a la realidad que el IPC INDEC-. Todos los años en torno al 25% o un poquito más. Salvo en el 2014, que subió a 38,5% (un montón más). ¿Subió el déficit ese año?. Negativo, se redujo.
En el 2015 el déficit creció un montón. No se sabe a ciencia cierta cuánto, en el cuadro se pone la versión más optimista, 5,8%, aunque los diarios dicen más de 7%. ¿Subió la inflación respecto al año anterior?.
No, bajó 10 puntos y volvió a situarse en el entorno del 25%.
La idea de que la inflación es un fenómeno monetario nuevamente se muestra errónea. “La relación empírica entre déficit fiscal e inflación, en cambio, dista mucho de estar sólidamente establecida. En el caso argentino, entre 1961 y 2004 se registraron 35 años con déficit fiscal primario y sólo 9 años con superávit primario (6 en la convertibilidad y 3 después del 2002). Pero la correlación entre déficit fiscal e inflación, sin embargo, es prácticamente inexistente (-0.148).”).[1]
En términos sencillos, ello significa que menos del 15% de la variación de la inflación de los 35 años que van entre 1961 y 2004 es explicada por el déficit fiscal, algo que parece absolutamente lógico habida cuenta las distintas formas de financiar el déficit ya mencionadas.
Los países no se administran como las familias ni como las empresas.
La realidad muestra de un modo rotundo que la macroeconomía no funciona así.
Un diagnóstico alternativo de la inflación en Argentina
Argentina no tiene inflación. Argentina tiene un “Régimen Inflacionario”.



Como se observa en el cuadro, la economía de nuestro país convive con tasas de inflación anuales dentro de un rango entre 25% y 40% desde 2007.
Con una salvedad, la crisis internacional del 2009, que produjo una caída en el nivel de actividad muy pronunciada.
Los picos de 40% se observan en dos años con grandes devaluaciones, 2014 y 2016.
Durante 2018 se estima una inflación de 30%, siempre y cuando la devaluación de la moneda local no continúe o el gobierno cambie su política para controlar la inflación. De lo contrario, es razonable pensar que alcance nuevamente el 40%.
Descripción de un régimen inflacionario
“Gran parte de las transacciones económicas se realizan mediante una trama de contratos que tienen el dinero como denominador. Algunos contratos son explícitos, como los convenios de salarios o alquileres, y otros son implícitos, como el compromiso de mantenerlo por cierto tiempo por parte de quien fija un precio de venta, para darle al potencial comprador oportunidad de comparar y decidir. Cuando la inflación es baja, los contratos son relativamente largos y no hay indexación.
Los regímenes de contratos anuales indexados, como los que se observaban en la "inflación crónica" latinoamericana (entre 20 y 30% anual) en los años cincuenta y sesenta. Cuando lainflación es aún más alta que en esos casos, los contratos se acortan más y se acorta también el período de reajuste de los contratos indexados. En nuestro país, por ejemplo, predominaron contratos reajustados con frecuencia trimestral entre 1976 y 1982 y reajustes mensuales entre 1982 y 1991.
Una vez que se ha configurado un régimen inflacionario, éste tiende a persistir y su presencia no es neutral para la dinámica inflacionaria. La predominancia de la indexación da inercia a la tasa de inflación. La componente inercial de la tasa presente es mayor cuando más extenso es el período de ajuste de los contratos indexados. Cualquier impulso acelerador (de oferta o de demanda) tiende a elevar permanentemente la tasa de inflación, mientras la inercia dificulta mucho las políticas de estabilización”.[2]
Junto con el lanzamiento de la convertibilidad, se suspendieron todas las cláusulas de indexación de los contratos de la economía.
Sin embargo, desde 2006 se fueron reinstaurando paulatinamente mecanismos de indexación. Primero fueron salarios y luego el resto de los contratos. El actual gobierno instaló más mecanismos de indexación -como en la reforma del sistema previsional, que no hará mas que empeorar la cuentas fiscales de un modo automático, un error no forzado inexplicable en el que además pagó el costo insólito de “ajustar” a los jubilados-, estableció negociaciones salariales con cláusulas gatillo. Merecen una meción especial en este punto los créditos UVA, una bomba de tiempo cuya mecha se acorta con cada aceleración inflacionaria.
La inflación no sólo es un fenómeno monetario, que en todo caso explica solo una parte de la variación de precios. La parte restante del índice -el que no se debe a emisión monetaria- se explica por la inflación pasada, la evolución de los salarios, la evolución de los precios regulados (tarifas), la variación del tipo de cambio y de los precios internacionales de los bienes y servicios que Argentina comercia con el mundo,
En la medida que no se establezca un plan antiinflacionario que ataque todas estas variables de modo simultáneo y provea a los agentes económicos un sendero previsible en el tiempo, la inflación seguirá en los niveles que hoy conocemos.
El gobierno ha ganado un período de tiempo limitado mediante tasas de interés en pesos insostenibles en el tiempo, con pérdida de reservas y el anuncio de un acuerdo con el FMI. Si no cambia su diagnóstico de las razones de la “inflación”, viviremos más temprano que tarde, una nueva crisis cambiaria, con los riesgos y costos que ello supone para todos los argentinos.

[1]. Fabián Amico, Revista El Economista
[2]. Roberto Frenkel, Reportaje diario La Nación.

Artículo publicado en el portal Nuevos Papeles.

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