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La Pandemia Deflacionaria

El estallido de la burbuja financiera el 29 de octubre de 1929 en Wall Street fue el punto de partida de la Gran Depresión Global que tuvo epicentro en EEUU que duró cuatro años y produjo la quiebra de bancos, de empresas comerciales e industriales, un aumento del desempleo al 25% y la caída brutal del PBI.

La salida de la crisis del 29 comenzó desde el campo de las ideas.
Hasta ese momento, los gobiernos administraban los estados como si fuesen empresas o una familia. Cuando el PBI crecía, aumentaban los ingresos del fisco y los gobernantes gastaban más. En épocas de vacas flacas, los ingresos fiscales caían y quienes decidían el destino de los impuestos, recortaban los gastos. El gobierno hacía política pro-cíclica, lo que dictaba el manual del liberalismo económico de entre guerras. Un manual que además incluía el patrón oro y que no tenía como objetivo el empleo.
Ante el fracaso de las viejas recetas en los primeros años de la crisis, nuevas formas de ver la economía pública y de administrar el estado se apropiaron de la política. Esta vez en el lugar de acompañar el ciclo, se hizo política anti-cíclica, ajustando los gastos para moderar los momentos de crecimiento de la economía -evitar burbujas- y aumentándolo cuando la recesión para compensar el menor consumo de las familias y la menor inversión de las empresas. Esta forma de administrar lo público, que incluía financiar todo lo que hiciera falta para financiar el mayor gasto del estado, hasta que la economía se recuperara, terminó con la crisis. Aunque desde los ´70 la liberalización financiera volvió a incentivar las burbujas,
Un rasgo interesante de aquellos años, es que EEUU vivió en deflación. Desde 1929 hasta 1933, el índice de precios americano se redujo un 25%. Que un billete de 10 dólares compraba casi un 25% más de bienes cuatro años después de la crisis, fue la contracara del brutal golpe que recibió el sector real de la economía, mientras el pasivo de los agentes permanecía en los mismos niveles nominales, por lo que la deuda crecía en términos reales.
Hoy estamos viviendo una caída del PBI global a una velocidad de la que hablarán nuestros nietos. Mientras tanto, los precios de EEUU bajan 0,8% en abril luego de haberlo hecho en marzo 0,4%.
Brasil tuvo 0,31% de deflación en abril. La estadística nunca había registrado un guarismo negativo en ningún abril de la historia brasileña, y sucedió a pesar de que los alimentos aumentaron un 1,7% en el mes. Alemania acumula una deflación de 0,1% en lo que va del año, España tuvo -0,7% de deflación el mes pasado y acumula -1,2% desde enero, Chile -0,1% en abril. Todos estos países están emitiendo dinero y generando déficit fiscal, como lo hace Argentina, que definitivamente no es de los que más emite ni de los que más déficit genera.
Si en el mundo pre pandemia hablábamos de precios de bienes transables y no transables, debemos empezar a hablar de precios de bienes esenciales y no esenciales.
El precio de los no esenciales cae de un modo dramático y el de los esenciales tiene una velocidad y, a veces, una dirección distinta, un fenómeno temporario de duración incierta.
Que haya deflación o inflación muy baja -las opciones posibles en este mundo pandémico- depende del peso que tenga en el índice cada grupo de precios. Si la variación negativa de los no esenciales más que compensó la variación positiva de los esenciales, el IPC es negativo.
Esta situación podría perdurar en el tiempo tanto como tarde la economía en volver a trabajar en pleno empleo o al menos en una situación similar a la pre pandemia.
Algunos comentaristas domésticos insisten en la singularidad argentina, en que esta crisis global nos encuentra peor que nadie en el mundo por el déficit fiscal, por un banco central sin espalda, por la carencia de una moneda. Esa extraordinaria condición argentina nos llevaría a una hiperinflación a pesar de que los salarios se negocian a la baja, las tarifas ya no tienen ninguna necesidad de ser ajustadas, la demanda agregada sufre una caída espectacular, el tipo de cambio está sostenido por un superávit externo significativo (aunque amenazado por la brecha entre tipos de cambio), no hay viajes al exterior y el cepo que dejó Macri y ratificó Fernandez impide comprar dólares.
Creo que la singularidad argentina no es tal y que la inflación va a la baja, y si no llegamos a la deflación, probablemente lleguemos a tasas notoriamente inferiores a las que estábamos acostumbrados.
No es una buena noticia, sino simplemente la manera en que se reflejará en los precios, la tremenda caída de la economía real local producto de una crisis global increíble: la mayor y la más rápida que han vivido casi todas las generaciones vivas de occidente.

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