En las condiciones descriptas en el blog anterior, asumió el actual gobierno en 2003
La economía ya había salido de la recesión, se estaba creando empleo, se estaban reduciendo la pobreza y la indigencia. El desafío era recomponer los precios relativos de una manera tal que:
a- Se aumentara el empleo y por lo tanto mejoraran los indicadores sociales
b- No se perdiera un tipo de cambio competitivo que permite a la economía argentina crecer a tasas “chinas”.
La política económica implementada en argentina de 2003 fue empeorando la distorsión de precios relativos con subsidios pocos transparente a la oferta, atraso de tarifas de servicios públicos, controles de precios, retenciones discrecionales adicionales a los productos que se exportan, apropiándose del excedente fiscal de forma autoritaria. No sólo no se solucionó la distorsión hereada, entre los transables y los no transables, sino que se fue construyendo una distorsión entre sectores (transporte, energía, alimentos)
Para completar el escenario de descontrol, con el objetivo de disminuir la carga de la deuda externa y contar con más recursos para “hacer política y construir poder”, se destruyeron los índices oficiales de evolución de precios, quitándole a los agentes económicos cualquier marco de referencia.
Así estamos hoy. Sin precios. Ningún ciudadano puede afirmar con certeza cuánto cuesta la carne, cuánto cuesta el tomate. El gas, la electricidad, el teléfono tienen precios distintos para distintos consumidores. Con la increíble situación que aquellos que menos tienen, los más castigados por la devaluación, los que menos herramientas tienen para zafar de la inflación, pagan más caro el gas, la electricidad, el teléfono y los alimentos.
La principal característica de la hiperinflación, a diferencia del régimen de inflación alta, es que los precios ajustan tan rápido que se pierden los marcos de referencia. Los empresarios no saben a cuánto vender, los asalariados no saben a cuánto comprar. Se destruyen los precios relativos de forma que ya no se sabe cuantos kilos de carne compra un salario, cuantos litros de leche compra un peluquero. Un escenario de incertidumbre perfecta.
En la actualidad, no hay hiperinflación. Sin embargo, la sensación, producto de los errores acumulados de política económica, es la misma que si la hubiera.
La economía ya había salido de la recesión, se estaba creando empleo, se estaban reduciendo la pobreza y la indigencia. El desafío era recomponer los precios relativos de una manera tal que:
a- Se aumentara el empleo y por lo tanto mejoraran los indicadores sociales
b- No se perdiera un tipo de cambio competitivo que permite a la economía argentina crecer a tasas “chinas”.
La política económica implementada en argentina de 2003 fue empeorando la distorsión de precios relativos con subsidios pocos transparente a la oferta, atraso de tarifas de servicios públicos, controles de precios, retenciones discrecionales adicionales a los productos que se exportan, apropiándose del excedente fiscal de forma autoritaria. No sólo no se solucionó la distorsión hereada, entre los transables y los no transables, sino que se fue construyendo una distorsión entre sectores (transporte, energía, alimentos)
Para completar el escenario de descontrol, con el objetivo de disminuir la carga de la deuda externa y contar con más recursos para “hacer política y construir poder”, se destruyeron los índices oficiales de evolución de precios, quitándole a los agentes económicos cualquier marco de referencia.
Así estamos hoy. Sin precios. Ningún ciudadano puede afirmar con certeza cuánto cuesta la carne, cuánto cuesta el tomate. El gas, la electricidad, el teléfono tienen precios distintos para distintos consumidores. Con la increíble situación que aquellos que menos tienen, los más castigados por la devaluación, los que menos herramientas tienen para zafar de la inflación, pagan más caro el gas, la electricidad, el teléfono y los alimentos.
La principal característica de la hiperinflación, a diferencia del régimen de inflación alta, es que los precios ajustan tan rápido que se pierden los marcos de referencia. Los empresarios no saben a cuánto vender, los asalariados no saben a cuánto comprar. Se destruyen los precios relativos de forma que ya no se sabe cuantos kilos de carne compra un salario, cuantos litros de leche compra un peluquero. Un escenario de incertidumbre perfecta.
En la actualidad, no hay hiperinflación. Sin embargo, la sensación, producto de los errores acumulados de política económica, es la misma que si la hubiera.
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