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Un cuento para adultos.

Hace mucho tiempo había una pequeña aldea de pescadores junto a un lago. Los aldeanos eran pobres, vivían de los peces que pescaban y de la ropa que cosían.

No tenían contacto con las demás aldeas, que estaban a kilómetros de distancia y a las que se llegaba tras muchos días de viaje atravesando un espeso bosque. La vida de los aldeanos empeoró cuando el número de peces del lago descendió bruscamente. La respuesta de los aldeanos fue trabajar más, pero entraron en un círculo vicioso. Cuanto más escasa era la pesca, más horas pasaba cada pescador en el lago, lo cual hacía que el número de peces se redujera a un ritmo aún mayor.

Los aldeanos fueron a ver al chamán de la aldea para pedirle ayuda. Él encogió los hombros y dijo: -¿Para qué sirve nuestro consejo de ancianos? Se pasan todo el día sentados y no hacen nada más chismorrear. Deberían resolver este problema. -¿Cómo?- preguntaron los aldeanos - Es fácil -les dijo-. El consejo debería establecer una cooperativa de pescadores que decida cuántos peces puede pesacar cada uno al mes. La reserva de peces se irá renovando y no volveremos a tener este problema. El consejo de ancianos hizo lo que había sugerido el chamán. A los aldeanos no les gustaba ue los ancianos les dijeran cómo tenía que gestionar su actividad, pero comprendía que es limitación era necesaria.

Antes de que pasara mucho tiempo, el lago ya estaba repleto de peces. Los aldeanos volvieron a visitar al chamán, Hicieron una reverencia ante él y le agradecieron su sabiduría. Cuando ya se marchaban el chamán les dijo; - Ya que parecéis tan interesados en mi ayuda, ¿queréis que os dé otra idea? - Desde luego -gritaron los aldeanos al unísono. - Bien, -dijo el chamán-. ¿No es una tontería que tengáis que dedicar tanto tiempo a coser vuestra ropa, siendo así que podríais comprar prendas mucho mejores y más baratas en las aldeas que hay al otro lado del bosque? No es fácil llegar hasta ellas, pero sólo tendrías que hacer el viaje una o dos veces al año. -Ah, pero ¿qué les daremos a cambio? - preguntaron los aldeanos. - Tengo entendido que les gusta mucho el pescado seco -dijo el chamán Y eso fue lo que hicieron los pescadores. Secaron parte del pescado y empezaron a comerciar con las aldeas del otro lado del bosque. Los pescadores se hicieron ricos con los altos precios que cobraban, mientras los precios de la ropa caían bruscamente.

No todos los aldeanos estaban contentos. Los que no poseían una barca y se ganaban la vida cosiendo ropa, estaban entre la espada y la pared. Tenían que competir con la ropa de mayor calidad y más barata que se taría de las otras aldeas les resultaba más difícil conseguir pescado barato. Fueron al chamán a preguntarles qué debían hacer. - Bien, este es otro problema que debería resolver el consejo de ancianos -dijo el chamán-. ¿Sabéis que cada familia tiene que hacer una contribución en la fiesta de cada mes? - Si - respondieron. - Bueno, puesto que ahora los pescadores son mucho más ricos, deberían hacer una contribución mayor y la vuestra debería ser menor. El consejo de ancianos consideró que esto era justo y pidió a los pescadores que aumentaran su contribución mensual. A los pescadores no les entusiasmó la propuesta, pero les parecía que era prudente hacerlo así para evitar la discordia en la aldea. El resto de los aldeanos no tardaron en alegrarse también.

Mientras tanto el chamán tuvo otra idea. - Imaginad cuánto más rica sería nuestra aldea si nuestros comerciantes no tuvieran que viajar a través de ese espeso bosque. Imaginad cuánto más podríamos comerciar si hubiera un camino en condiciones que cruzara el bosque. - Pero ¿cómo? -preguntaron los aldeanos. - Es fácil -dijo el chamán-. El consejo de ancianos debería organzar brigadas de trabajo para talar árboles y hacer un camino. Poco tiempo después, la aldea estaba conectada con las otras aldeas por medio de un camino pavimentado que reducía el tiempo y los costes del viaje. El comercio creció y los pescadores se enriquecieron todavía más, pero nunca dejaron de compartir su riqueza con los demás aldeanos en el momento de la fiesta.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, las cosas se fueron poniendo tensas. El camino dio acceso fácil hasta el lago a los habitantes de las aldeas del otro lado del bosque y pudieron iniciarse en la pesca, actividad que practicaron en masa. Como ni el consejo ni la cooperativa de pescadores pudo imponer restricciones sobre la pesca a los forasteros, las reservas de peces empezaron a caer rápidamente otra vez. Esta nueva competencia también restó ganancias a los pescadores locales, que empezaron a quejarse de que el impuesto para la fiesta fuera tan gravoso. - ¿Cómo vamos a competir eficazmente con los forasteros que no están sujetos a las mismas obligaciones? -preguntaron desesperados.
Algunos pescadores locales llegaron a adoptar la costumbre de ausentarse de la aldea durante las fiestas -el camino que hacía que fuera fácil ir y venir- y eludieron completamente sus obligaciones. Esto enfureció al resto de los aldeanos.

Había llegado el momento de visitar otra vez al chamán. La aldea mantuvo una larga y agitada reunión en la que cada parte expuso sus argumentos acaloradamente. Todos estaban de acuerdo en que la situación era insostenible, pero las soluciones propuestas diferían.
Los pescadores querían un cambio en las reglas que redujera su contribución a las fiestas mensuales. Otros querían poner fin al comercio de pescado con los forasteros.
Algunos incluso pidieron que se bloqueara el camino con grandes rocas para que nadie pudiera entrar o salir de la aldea.
El chamán escuchó estos argumentos. - Hay que ser razonable -dijo después de pensar-. Este es mi opinión: el consejo de ancianos debería poner un peaje en la carretera a la entrada de la aldea. Todo el que entra y todo el que sale, deberá pagar una cuota. - Pero esto hará que el comercio sea más costoso para nosotros - se opuso uno de los pescadores. - Si, por supuesto -contestó el chamán-. Pero va a reducir la sobrepesca y compensar la pérdida de las contribuciones a la fiesta, y no va a cortar por completo el comercio. Los aldeanos estuvieron de acuerdo en que esta era una solución razonable. Salieron de la reunión satisfechos. La armonía fue restaurada en el pueblo. Y todos vivieron felices para siempre.

Texto extraído del libro "La paradoja de la Globalización", de Dani Rodrik.

Una reflexión económica para una aldea que resignó el tipo de cambio competitivo, cuyo consejo de ancianos bloquea los caminos con rocas para que nadie pueda entrar o salir.

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