Hace unos días circuló en TikTok un video con declaraciones del ministro de Desregulación y Transformación del Estado en la reunión del Council de las Américas donde mencionó, una vez más, a la empresa del empresario sudafricano. Federico Sturzenegger dijo, textual: “Starlink Argentina no podía proveer Internet satelital porque había un papelito que le prohibía proveerlo. Ese papelito decía que no se podía ofrecer servicios satelitales de internet si EE.UU. no generaba una reciprocidad en el acceso de nuestros satélites, que creo que no tenemos para el territorio americano”. Hace 64 años que Argentina cuenta con una cobertura masiva de satélites. En los 70 la transmisión de eventos deportivos en otros países –las peleas de box de Nicolino Loche, las carreras del Lole Reuteman, los partidos de fútbol– se transmitían utilizando la legendaria “Estación Terrena de Balcarce”, que utilizaba una tecnología heredera de la transmisión de la llegada del hombre a luna. El mundo era bipolar. Nuest
El discurso de odio unifica todos los metaversos en donde están los ultras, construye una misma realidad donde la crueldad es el método de resolución de los conflictos. Internet, ese ámbito de libertad que nos llenó de esperanza a fines de los 90 y principio de los 2000, se ha convertido en un protocolo de comunicaciones muy económico y eficaz de transferencia de información utilizado por las apps para encerrarnos en mundos claustrofóbicos. Metaversos estancos donde los sentimientos y la interacción humana se reduce a un me gusta. La angustia aumenta cuando el likeo escasea, cuando un tuit no circula como esperábamos, cuando un video en TikTok no se viraliza. La pobreza de las amistades digitales, el doble azul de Whatsapp, el ghosteo y el sexo de Tinder u Only fans, donde somos un producto en una góndola, son la muestra cabal de un mundo donde el éxito y el fracaso dejaron de ser impostores. Ahora son una verdad objetiva, cuantificada en la cantidad de horas que dura la batería del c